En el siglo XV, a la vez que comienzan los debates sobre la Querella de las Mujeres ( y la defensa de su capacidad intelectual, el derecho de las mujeres al acceso a la universidad y la política frente a la misoginia) se publica el que es probablemente el tratado más importante sobre caza de brujas: el Malleus Malleficarum, publicado originalmente en Alemania en 1487 y difundido rápidamente por Europa, consiguiendo tener una vigencia de hasta 200 años. Se trataba de un manual para supuestamente detectar a las brujas y proceder a su tortura con el fin de que “confesaran” su vínculo con el demonio.
La histeria despertada en Europa que persigue a las mujeres responde a un intento por condenar y deslegitimar a las que habían actuado entonces como sanadoras, farmacéuticas y parteras, convertidas ahora en brujas. El saber empírico queda relegado al paganismo y, por tanto, es condenable. De aquellas historias fabulosas que relataban los juicios a brujas, más cercanas en el relato a la fantasía que a la realidad, se ha ido creando un imaginario visual de mujeres fantásticas, con poderes sobrenaturales como la capacidad de una bruja de transformarse en animal, de revivir del fuego o de hechizar a los otros.
A través de la amplia bibliografía desarrollada por la historiadora Yolanda Beteta, para desarrollar un trabajo que se mueve desde el color al dibujo y la costura y que devuelve a esas mujeres hechiceras a un lugar de homenaje, no de condena. Como en otros trabajos anteriores suyos, Martín Sáenz parte de la literatura para generar las posibilidades visuales de un proyecto ambicioso donde los soportes van del tejido al mármol, siempre con la idea de convertir a la mujeres en protagonista. Lo hizo con las hermanas Bronte y con Emily Dickinson, y no es casual tampoco que sean las mujeres brujas las que ahora recupera y traslada de la letra y el papel al tejido y el pincel.
